Artículo publicado en el Diario de Avisos

Las principales tradiciones religiosas cuentan con el llamado sacramento de la penitencia, que supone una forma de liberación de las culpas que sentimos. Al hablarlas y contárselas al sacerdote, éste perdona y libera de la carga. Y decimos bien, “de la carga”, pues se trata de pesos que arrastramos como cadenas y  dificultan nuestro caminar por la vida.

EL PODER DESTRUCTIVO DE LA CULPA AUMENTA CUANTO MÁS OCULTA PERMANEZCA, de ahí la importancia de expresarla, ya sea con el cura o con el psicólogo, con los amigos o familia; en cualquier caso, al expresarla ante alguien que simplemente escuche hay en sí mismo algo que se sana en la persona. Quizá tenga que ver con esos dichos de “ un peso, es menos peso cuando se comparte” o “ un problema compartido es la mitad de un problema”. Recuerdo el caso de un hombre que acudía a consulta por un trastorno depresivo, evitaba a toda costa confrontarse con otra persona y no ponía límites a sus hijos, ya que era excesivamente permisivo; al ir profundizando en su terapia descubrimos que en el inicio de su trastorno estaba un episodio en el cual después de discutir con su padre, éste falleció de manera repentina de un ataque al corazón. Esto le produjo un sentimiento de culpa de tal magnitud que se culpó por la muerte de su padre,  no lo habló con nadie y la culpa se fue acrecentando en su interior hasta volverse desproporcionada y enfermiza. No la compartió.

En algunas personas existe una tendencia a ser perfeccionista y se exigen por todo. Supone una forma de mejorar pero el precio que pagan es alto ya que cuando no se ajustan los resultados a sus pretensiones comienzan a sentir culpa. Su principio rector sería “es lo correcto” o “es lo que se espera de mí” y lo que no coincida con su creencia le provoca esta emoción. De nuevo hay un juicio en el que siempre hay condena y castigo. Con ellos habrá que trabajar sus altos niveles de exigencia, ya que en la mayor parte de los casos no podrán satisfacerlas y comenzarán a sentir culpa por haber fracasado. En este caso aparecerá también  otra hermana gemela de la culpa llamada vergüenza (por no ser perfectos y eso implica cometer errores).

Creemos importante el atender en cada uno qué causas nos la provocan, explorar con qué normas hemos sido educados y cuáles hemos asumido, darnos cuenta de cuáles son nuestras exigencias, relativizar las responsabilidades, diferenciar lo que es importante de lo que no (ya que hay padres que se sienten culpables incluso por no poder comprarles, pongamos, los mejores yogures a sus hijos), creemos importante el  aprender a perdonarnos a nosotros mismos y al otro para liberarnos del resentimiento y de la fantasía de venganza, y en los casos en los que ya sintamos la culpa por poner los nuevos límites que queremos, saber que se trata solo de una incomodidad pasajera, porque es un precio a pagar por cambiar que pronto se diluirá.