Artículo publicado en el Diario de Avisos
Entre los 12 y 16 años puede ser habitual entre las/los adolescentes –el número de varones empieza a ser ya también alarmante- querer perder unos kilos porque se ven a sí mismas muy gordas. Se convierte en un problema cuando se transforma en una obsesión, en una conducta compulsiva que puede provocar trastornos alimentarios muy serios e incluso la muerte.
En estos casos, se llega a controlar la comida de tal forma que se sabe cada ingrediente de cada alimento, sus calorías, su valor energético, se buscan excusas para no comer, se puede hacer usos de laxantes o diuréticos, provocarse el vómito y hacer mucho deporte con el fin de quemar calorías, aparecen ideas recurrentes sobre el peso y la propia imagen, miedo intenso a coger peso, entre otros.
Hay una serie de indicadores que nos pueden hacer sospechar de la presencia de este trastorno en nuestra hija: distorsión de la imagen corporal porque aún habiendo perdido mucho peso sigue viéndose gorda frente al espejo, preocupación por la alimentación de los demás, aparición de sentimientos de culpa después de comer, exceso de interés por la comida y trucos de cómo evitarla. Pueden además aparecer rituales a la hora de alimentarse, como cortarlo todo en trozos muy pequeños, colocar la comida muy ordenada en el plato, juguetear y tocar la misma, se puede empezar a seguir dietas o a disminuir la alimentación en cantidad, alegando por ejemplo falta de apetito.
En muchos adolescentes existe la creencia que arreglando sus defectos físicos todos los demás los admirarán. Está claro que nuestra sociedad sigue fomentando una imagen ideal de delgadez que se ceba con especial saña en las muchachas (y, cada vez más, muchachos) de estas edades que, con tal de ser aceptadas por sus iguales, hacen lo que sea.
Creemos necesario acudir a un profesional, pues se trata de un trastorno resistente a sanar y que en muchos casos enmascara un trastorno depresivo. Va a precisar ayuda médica y psicológica conjuntamente, así como un control nutricional. Hemos comprobado que acudir a un grupo o asociación dirigido a combatir este trastorno ayuda al adolescente a compartir lo que le ocurre, a comprobar que hay otras personas en su misma situación, para ir así superándolo con la ayuda de sus iguales.
Como padres, hemos de favorecer actitudes sanas y una vida saludable, hemos de trabajar para que nuestros hijos no dependan de una báscula para sentirse satisfechos, dar ejemplos de alimentación sana y no solo con palabras, fomentar el amor y el respeto hacia uno mismo, enseñar a rebelarse contra los estereotipos de belleza, educarlos para que tengan juicio crítico propio ante tanta exigencia de perfección. Recordemos que crear en casa un clima de comunicación donde se expongan y aclaren todas las dudas y miedos es crear un espacio de protección para nuestros hijos.
Deja tu comentario