Artículo publicado en el Diario de Avisos

Marta creció con la creencia de que ser una misma era ocuparse de las cosas que tradicionalmente habían correspondido a las mujeres de su casa, reproducirse no se trataba solo de engendrar hijos y criarlos, sino que además supondría reproducir los papeles que hasta ahora habían pasado de generación en generación de madres a hijas, de abuelas a madres, siempre había sido así y así siempre sería.

Un día, al atender a la forma en la que su madre se relacionaba con su padre, vio reflejada la forma en que ella misma se vinculaba a su compañero, se dio cuenta de que hasta ese momento nunca  había cuestionado sus creencias. Gracias a esta observación de la conducta de su madre, pudo comenzar a darse cuenta de cómo usurpaba el poder del otro, especialmente cómo la mujer en la pareja iba ocupando todo el puesto de poder de decisión en la familia: ella decidía qué ropa vestían los niños, la decoración de la casa, el lugar de vacaciones, el menú del día, etc. Comenzó a comprender que le costaba ceder el puesto a su hombre porque se sentía enseguida amenazada. De alguna manera generaba un sistema, del que luego sería también víctima, porque una vez metida en ese papel, difícilmente podía salirse. Y por otro lado, inconscientemente, trataba de anular la energía masculina de su compañero. Quizá por temor. Quizá por enseñanza de modelos aprendidos. Como en una red que nos atrapa de forma silenciosa. Pero ella decidió intentar no controlar al otro, a dejarlo ser, a darle su espacio. A veces lo lograba, y en otras, sucumbía. Las viejas inercias del pasado tardarían aún mucho tiempo en disolverse.  Aunque le costara, verdaderamente quería tener su propio criterio y poder escoger libremente cómo relacionarse. Entendió que si estaba atenta podía hacer los cambios que ella anhelaba, siempre con un esfuerzo, con una voluntad de cambio; debía persistir en su intención y tratarse a sí misma y al otro con mucho cuidado y respeto, para poder comprender dónde se encontraba realmente y hacia dónde quería dirigirse.

Por su parte, el compañero de Marta entendió que había delegado demasiada responsabilidad en su pareja, que era hora de cambiar y de aceptar su poder y con él su nuevo rol. Su relación cambió, y hoy sus hijos ven y aprenden cómo sus padres se relacionan de forma sana desde una nueva perspectiva.

Atendamos a qué creencias tenemos, aquellas con las que hemos crecido, veamos las inercias de lo que siempre ha sido. Creemos oportuno, en esta época propicia para el cambio, que nos demos la libertad de cuestionar los modelos de pareja y de crianza para poder hacer cambios profundos, que de verdad funcionen.