Artículo publicado en el Diario de Avisos
Fuera llueve y hoy no quiero escribir de psicología. Hace frío, tengo los pies congelados, pero estoy en mi casa, resguardado, me siento seguro y sereno. Yo estoy dentro, pero aunque se que no los veo, ellos están fuera, a la intemperie, debajo de un puente, sobre cartones. Se de la dificultad de sus vidas, se que en muchos casos hay asociado un trastorno mental, en otros, esta maldita crisis que lo arrasa todo, incluso nuestra generosidad, sálvese quien pueda. No me van los discursos con este tufillo moral.
Me levanto de mi ordenador y bajo a la tele, para que se me pase este ataque de hipersensibilidad por la vida del otro, por su sufrimiento. Noticias de guerras, estafas, juegos y descalificaciones entre políticos corruptos a ver quien es el más listo, tarjetas “black”, muertes de inmigrantes, embargos y desahucios a familias sin recursos y me doy cuenta que a base de escuchar lo mismo día tras día me he ido anestesiando, he ido creando una piel dura en torno a mí que me protege, pero que a la vez me aísla, me separa del otro.
Los psicólogos hablamos de un mecanismo mental con el que nos defendemos y al que llamamos inhibición y me acuerdo de un caso en el que el paciente decía que no sentía nada tras la muerte del padre, no lo estaba negando, simplemente no sentía (su pérdida). Ambos sabíamos que era cuestión de tiempo, era solo una defensa. Ahora me doy cuenta que es eso, exactamente, lo que me ocurre a mí y quizás a ti, lector. Nos protegemos, inhibiéndonos de la vida del otro, de su sufrimiento, sin darnos cuenta que de esta forma nos separamos del otro y, al hacerlo, nos separamos de nosotros mismos, porque nos desconectamos. Si me gusta me conecto y si no…desenchufo.
Sin embargo, siempre tenemos la posibilidad de elegir. Hay consciencias que no están adormecidas, domesticadas, personas anónimas como tú y como yo que quieren hacer algo, ser útiles; en algún punto del camino se activaron y hoy se muestran solidarios con el dolor ajeno. Voluntarios desconocidos que han entendido que aunque sea poco, como hormiguitas, pueden ayudar a aliviar el sufrimiento del otro.
Fuera está parando la lluvia, comienza por fin a llover dentro.
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