Artículo publicado en el Diario de Avisos
¿Porqué tenemos tanto miedo a soltarnos? Cuando hablo de soltarnos me vale también entregarnos, mostrarnos. Muchos sabemos qué queremos, anhelamos darnos, nos gustaría no andar por la vida con tanto freno, pero aún así hemos creado un hábito en la forma de relacionarnos.
Veamos posibilidades: en algunos casos las experiencias anteriores condicionan nuestras conductas, pensamientos y emociones actuales. Pongamos el ejemplo de Irene, una mujer que se enamoró perdidamente en su juventud y sufrió un desengaño y que, aún pasados 25 años, no ha superado este trauma, en sus relaciones posteriores desconfía y no se entrega, sus parejas terminan alejándose de ella porque notan su bloqueo emocional. Ella misma también lo siente pero no es capaz de abrir los diques que una vez interpuso en sus relaciones. Tiene temor de que la hieran de nuevo, de esta manera no se da la posibilidad de abrirse al otro. Queda así confirmada su creencia de que todos los hombres la abandonan, sin imaginar que el motivo que lo determina está en su propia incapacidad de entregarse emocionalmente.
En otros casos, la cuestión viene determinada por los estilos educacionales con los que crecimos en la familia y en la escuela. Pongamos el caso de Pedro, quien fue educado de manera restrictiva y rígida, severa. De esta manera, siendo corregido y castigado constantemente, él aprendió y adoptó una forma rígida de relacionarse, ya que si se entregaba de forma espontánea corría el riesgo de ser penado. Los diques que ha construido le aseguran estar a salvo pero el precio que paga por esta seguridad es tener una vida encorsetada que no le permite ser sí mismo.
También podemos tomar como referencia la relación entre nuestros padres, sus modelos de interactuar entre si. Una madre que critica continuamente a su marido delante de sus hijas puede crear en ellas un modelo de relación futuro con los hombres de crítica y rechazo con el que no estarán nunca conformes. Su dique o bloqueo estriba en que el hombre para ellas nunca será el adecuado, nunca estará a la altura, porque no se dan la posibilidad de aceptarlos tal como son. Ellas van a percibir al hombre centrándose en sus defectos y errores y de esta manera confirmarán el modelo materno con el que crecieron, en el cual el hombre “no vale”.
Terapéuticamente lo primero es ser conscientes de nuestros diques, darnos cuenta de nuestros bloqueos y, una vez identificados, hemos de arriesgarnos a abrirnos, a dar respuestas alternativas a las que normalmente hemos dado, de esta manera aparecerán las primeras fisuras en los diques y al comprobar que no corremos riesgos (o que los podemos asumir), podremos ir desmantelándolos. Esta rotura va a provocar un aumento en los niveles de ansiedad porque nos estaremos enfrentando a aquello que nos atemoriza. Estaremos rompiendo los diques de nuestros miedos.
Los comentarios negativos de los padres a los hijos, generan en ellos inseguridad y baja autoestima. Es fácil hablar en positivo en un momento concreto o con quien queremos causar una buena impresión pero con quien compartimos la vida actuamos y decimos las cosas de manera más impulsiva. Con esas personas debemos dedicarles tiempo a potenciar o mostrar lo bueno que hay en ellas
Cuando llevo a mi hija al parque observo algo que me deja maravillada y es la capacidad que tienen los niños de relacionarse entre ellos, no hay prejuicios, ni hay miedos ,ni hay diques, solo quieren jugar… deberíamos mirar nuestras relaciones humanas con los ojos inocentes de un niño. Ellos nunca se cansan de aprender y su entusiasmo es abrumador…
Es lógico estar condicionado por las experiencias vividas, del mismo modo que somos como somos condicionados por el entorno. Nuestra mente alude a los recuerdos para actuar en el presente. Es como el niño que se quema con una cerilla. La clave está en saber cómo utilizarla en el futuro, puesto que probablemente sea una herramienta a la que tenga que recurrir en algún momento. Con las relaciones pasa lo mismo. El escudo es creado para protegernos. Sin embargo, en ocasiones, no deja pasar también lo bueno.
Se puede dar el caso, que no haya escudo, que se muestre tal y como somos, mostrando nuestras debilidades, viendo lo mejor de las personas, sin desconfiar de nadie, para de esa forma, ser herido una y otra vez, para seguir siendo víctima o simplemente para reforzar lo que ya tenemos implantado en nuestro cerebro, que es sufrimiento o tener la adicción de sentir decepción por dar todo, esforzarse al máximo para y por los demás, no es solidaridad, es que en cierto modo buscas lo que necesitas que es sufrir o sentir algún tipo de reconocimiento desde fuera o desde nosotros mismos.
Todas las personas creamos barreras a nuestro alrededor, muchas veces siendo consciente de ello. Hay personas que lo hacen por vivencias que los han dejado marcados, otros por miedo a exteriorizar sus sentimientos, y algunos porque no quieren sentirse vulnerables en su entorno. Para mí es evidente que sería satisfactorio poder abrirse a las personas que te rodean sin estar supeditados por nuestras cargas del pasado, pero también es realmente utópico.
Las experiencias que hemos tenido en la vida nos condiciona a lo largo de esta y nos hace crear barreras en algunos casos ,afectando de diferente manera según la persona
Lo vivido no nos lo quita nadie, pero en nosotros está la posibilidad de encontrar el valor para enfrentarnos a nuestros recuerdos dolorosos y tener la suficiente capacidad autocrítica con la que detectar y corregir las conductas ancladas a estos hechos, para no repetir patrones y así vivir plena y libremente.