Artículo publicado en el Diario de Avisos
Hace varios años mi hija comenzó a dar síntomas de que algo en el cole no marchaba bien, ella siempre se levantaba desde temprano diciendo que quería ir colegio pero comenzamos a ver que la niña se inventaba dolores de barriga sucesivos para no tener que acudir a las clases, comenzó con pesadillas y a dar comportamientos hostiles hacia su hermano. Cuando prestamos más atención descubrimos que un niño le estaba pegando tanto a ella como a otros compañeros de su aula, los tenía literalmente atemorizados y debíamos actuar de forma inmediata para protegerlos.
María es una adolescente, distinta en su forma de vestir, excelente estudiante, más bien introvertida, aspectos todos ellos utilizados por otras compañeras del instituto para cebarse con ella, burlándose e intentándola avergonzar: la han llegado a mantener encerrada en el baño horas. A raíz de este acoso, María ha comenzado a suspender, está desmotivada, casi no se alimenta y presenta estados depresivos con crisis de ansiedad. Por todo ello ha acudido a terapia psicológica y a una psiquiatra que la medica. Lamentablemente, desde que comienzan los episodios de abuso hasta que los padres y profesores nos alertamos de los mismo, ya han pasado semanas o meses, cuestión que agrava aún más la sensación de soledad e indefensión del menor. En este caso se optó por un cambio de instituto, pero ya el daño había sido causado, además estas compañeras abusonas en la mayor parte de los casos “se van de rositas” sin que les ocurra nada, y en alguna ocasión solo con una amonestación. Los daños van más allá de un cambio de colegio, en muchos casos la menor no remonta la mala época y deja los estudios para esconderse en su casa. En otros, simplemente, es tal el dolor que no encuentran otra salida que la de quitarse de en medio.
La acción como padres es minimizar el daño que sufren nuestros hijos cuando son acosados, pero ¿qué ocurre cuando son nuestros hijos los que abusan? En este caso habrá que ser proporcionales al daño ocasionado, habrá que acordarlo entre el centro, el menor y sus padres. Recordemos que estos menores son el resultado de una educación y que sus propios padres en muchos casos son los que someten a sus propios hijos a situaciones vejatorias y humillantes. Ellos dan lo que reciben.
De ahí la importancia de dotar a nuestros niños y adolescentes en una educación en valores y desarrollar en ellos una inteligencia emocional que los capacite para el respeto y la defensa ante injusticias y abusadores. Habrá que desarrollar actitudes empáticas y capacidades de reflexión de lo que nuestras conductas pueden ocasionar en el otro. Recordemos que la Consejería de Educación pone a nuestra disposición un número de teléfono para informar de estos casos. Pero lo más importante es estar atentos y cercanos a la vida de nuestros hijos para detectar cualquier situación irregular y poderla atajar a tiempo.
Deja tu comentario