Artículo publicado en el Diario de Avisos
Jesús es un hombre de 45 años, casado y con dos hijos, que ocupa casi la totalidad de su día en temas relacionados con su trabajo, con el que está implicado de forma excesiva, porque no hay control ni límite y ha ido abandonando el resto de las actividades personales, familiares y sociales que antes realizaba. Simplemente, se siente mal si no invierte todo su tiempo en su mundo laboral. Al preguntarle cómo se siente cuando está con su pareja o amigos en su tiempo libre, contesta que siente cierta ansiedad e irritabilidad, ya que cree estarlo perdiendo y malgastando. Jesús cada vez invierte más tiempo y energías en el trabajo, aunque no exista la necesidad objetiva de hacerlo, ya que su profesión no demanda su presencia de forma constante, aunque él busque mil y una excusas para dedicársela. Comienza a haber un deterioro claro en su relación de pareja, no emplea un tiempo suficiente, ni de calidad, en tender puentes, en reencontrarse con su compañera. Sus hijos tienen padre, aunque no lo ven, siempre está ausente con la mirada perdida, pensando “en sus cosas” y llevándose trabajo a casa. Cuando le pregunto si cree que tiene un problema, él lo niega respondiendo que socialmente es muy valorado y apreciado en su profesión; como podemos ver, él se esconde tras este argumento, al estar bien visto socialmente un trabajo intenso.
Otra cuestión a tener en cuenta son los periodos de vacaciones, en los que Jesús está irritable, de mal humor, incapaz de disfrutar. Ya no sabe cómo participar en las actividades lúdicas y sabe que presenta dificultades a la hora de relacionarse, incluso, por momentos, tiende a aislarse. Tiene “mono” de trabajo y reza porque se termine el periodo estival.
Puede ocurrir que la adicción al trabajo genere problemas en las demás áreas vitales o que por el contrario la persona que presenta alteraciones en éstas áreas busque apoyo y escape en el mundo laboral; sea cual sea el caso, este desajuste crea un desequilibrio que acabará afectándonos en todas las parcelas de nuestra vida.
Cualquier forma de abordaje pasa necesariamente por reconocer que se tiene un problema, que se necesita una serie de ajustes y, en los casos más resistentes al cambio, se precisará ayuda terapéutica para reconducir la situación. Deberemos cambiar ciertas actitudes, replantearnos prioridades y concepciones sobre el éxito y el triunfo, darnos cuenta del precio que se paga por el exceso de ambición y perfeccionismo. En efecto, hemos de aprender a priorizar y a disfrutar de las actividades de ocio y tiempo libre. Lo cierto es que siendo uno más feliz comparte esa felicidad a los que nos rodean.
Deja tu comentario