Artículo publicado en el Diario de Avisos
El ser humano tiende a repetir las conductas que le funcionan, pero el problema es que lo que funcionó en un determinado momento deja de hacerlo en otro. Aún así, a fuerza de repetirlo una y otra vez, se ha creado un hábito, una respuesta automática. El inconveniente que se nos presenta estriba en que nuestras respuestas ya no nos son efectivas y, a pesar de eso, seguimos realizando la misma conducta. La explicación a esto viene del campo de la física, de algo tan universal como la fuerza de la Inercia que viene a explicarnos que todo cuerpo en movimiento tiende a seguir su trayectoria. Aplicado esto a nuestro campo de la Psicología para el desarrollo personal, supone que en el hombre hay una tendencia a seguir su trayectoria vital, a repetir una y otra vez una forma determinada de comportarse. Probablemente por una cuestión de economía energética, pues por probabilidad lo que funcionó seguirá funcionando. En efecto, pongamos el caso de aprender a conducir: al principio nos cuesta pero tras repetir las maniobras una y otra vez, las automatizamos, lo que nos permite ir más relajados en la conducción e incluso ir haciendo otra actividad como hablar o escuchar música, por ejemplo.
Lo que les planteo en este artículo es una revisión de nuestra inercia vital, qué respuestas estamos dando que no nos funcionan?, es decir, que a fuerza de repetirlas en el pasado seguimos haciéndolo en la actualidad y que ya no nos son efectivas.
Las respuestas a esta situación en el trabajo psicoterapéutico por parte de nuestros pacientes son diversas, muchos pretenden conseguir resultados diferentes dando las mismas respuestas. Pongamos el caso de la persona que acude a consulta porque se siente utilizada en el contacto con el otro, se define a si misma como “buena” y con vocación de ayuda y, llegado el momento, ante una solicitud de otra persona responde afirmativamente aunque no le apetece. Su inercia de respuesta le lleva a confirmar una y otra vez que siempre le piden, pero no se plantea que la situación está mantenida por su propia dificultad en responder “NO”. Esta limitación provoca la aparición de otras emociones asociadas, tales como sentir que el otro abusa y se aprovecha de nosotros, resentimiento, culpa, entre otras, que van a dificultar aún más que la persona pueda darse cuenta que la solución parte por arriesgarse a dar respuestas alternativas, respuestas que van en contra de nuestra inercia de ser solícita o complaciente.
Otro ejemplo habitual es el de la persona que dice no poder mantener relaciones de pareja estables, pero que después de las fases iniciales, cuando la relación se vuelve más seria y donde pueden aparecer los primeros problemas, la persona comienza a sentir frustración, quizá por miedo al compromiso, Y comienza a alejarse del otro. Y claro está que con esa actitud no se entrega y no hace crecer la relación. En este caso la persona ha de permanecer y no sucumbir a su tu tendencia de huir. Al seguir presente se está dando tanto la posibilidad de darse cuenta de qué le ocurre, como la de experimentar otras emociones que favorezcan la consolidación de la relación. Ha de enfrentar su escasa tolerancia a la frustración y su miedo al compromiso para lograr su propósito de formar una relación estable. Para ello ha de responder de otra forma distinta de la habitual.
“Para llegar a un mundo nuevo, no puedes seguir mapas viejos”.
En este viaje de cambio hemos de meter en nuestra mochila varios elementos: vamos a necesitar clarificar nuestras motivaciones (¿por qué y para qué quiero cambiar?), paciencia y constancia en nuestro empeño, atender a nuestras circunstancias (porque no todos los momentos son iguales de propicios). Aún así algo falta, se trata de cierta capacidad de autoexploración para poder darnos cuenta qué nos está ocurriendo y qué respuestas damos que no nos funcionan.
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