Artículo publicado en el Diario  de Avisos

“Apareció por casa el técnico del gas para comprobar el buen estado de la instalación, al abrir la puerta donde tengo la bombona dos cucarachas salieron despavoridas, trágame tierra!!, intenté justificarme pero a cada intento más ridícula me sentía”.

“Estaba comprando en una tienda y al ir a pagar me cobraron más de lo que indicaba el producto, pero fui incapaz de aclararle al dependiente su error; me quedé toda la tarde dándole vueltas al asunto en mi casa, me sentí molesto conmigo mismo por no actuar inmediatamente”.

“El jefe llamó la atención porque alguien había cometido un error en la facturación, inmediatamente supe que había sido yo pero fui incapaz de admitirlo, no fue por miedo sino por el hecho de no quedarme al descubierto”.

Sus padres nunca se sentaron a explicarle de primera mano los riesgos de mantener relaciones sexuales sin protección, porque pensaban que eso ya lo escucharía en el instituto; no querían pasar por el bochorno de tocar  estos temas. Eso no propició la confianza necesaria para que su hija les comunicara que había comenzado a tener sus primeros contactos sexuales y evitar así un embarazo no deseado con 15 años.

Todos estos casos tienen en común una emoción que nos limita y tiende a esconder aquello que muestra nuestras debilidades o es juzgado por nuestras creencias como inadecuado;  por ella nos escondemos y ocultamos la realidad de las cosas, convirtiéndolas en invisibles: se trata de la vergüenza.

En este punto habrá que pararse a explorar qué situaciones nos la provoca, qué pensamientos tenemos al respecto y finalmente, qué comportamiento tenemos cuando la sufrimos. Y digo bien: “que sufrimos”, porque nos limita, queda oculta en nuestro interior y no nos permite mostrarnos como realmente somos. Es importante indicar que la vergüenza está en la base de muchas de las alteraciones psicológicas como depresiones, obsesiones, complejos, que lo que hace es mantenerlas y complicarlas.

Una de las pautas a seguir cuando nos veamos en esas situaciones será  admitirla y no intentar disimularla; podremos buscar a  alguien de nuestra confianza por quien no nos sintamos juzgados, comentemos la emoción y los pensamientos que hemos experimentado y la conducta de disimulo o distracción que hemos realizado. Descubriremos cuánta energía hemos gastado en el pasado, manteniendo oculto el hecho y podremos experimentar cierta liberación: el dragón de ocho cabezas que temíamos que apareciese cuando revelásemos nuestros secretos no era tan grande ni tan amenazante. Solo arriesgándonos y admitiendo nuestras vergüenzas podremos desmontarlas y sanarlas.