Artículo publicado en el Diario de Avisos

Llevo ya años en esto y he visto una tendencia en muchos pacientes de no dejarse caer cuando todo se derrumba. Se trata de esos momentos en los que es muy difícil aferrarse a algo que nos dé estabilidad, y es muy probable que la misma esperanza sea un impedimento, porque nos agarramos a ella como a un clavo ardiendo y nos quedamos pendientes a una ilusión: la fantasía de que “en el fondo él me quiere”, o “ella va cambiar” aunque el principio de realidad nos esté indicando todo lo contrario.

Como decía mi amigo Ramiro : “hay algo positivo en tocar fondo y es que ya no se puede caer más bajo”, y desde ahí uno ya se puede impulsar y salir a flote.

Creo que las épocas malas nos llevan al límite y es ahí donde cambiamos, pero con esta tendencia a escapar del fondo nos quedamos en una zona intermedia (los religiosos la llaman limbo) en la que no hay ni chicha ni limoná, un auténtico caldo de cultivo para los estados depresivos, donde guardamos un mal equilibrio sin dejarnos caer. Sufrimiento sin sentido, porque paradójicamente seguimos sufriendo cuando lo evitamos, por el miedo a que no haya fondo a nuestro dolor. Creemos que mantenernos en lucha nos ahorrará el sentimiento de la derrota, pero lo cierto es que perdiendo vamos a ganar. Al aceptar nuestro fracaso (sin albergar ninguna esperanza), al dejarte caer de verdad, es cuando verdaderamente se da la oportunidad de salir adelante y de cambiar.

Un buen terapeuta va a ser aquel que en tu proceso de caída no interfiere, ni interrumpe, creo que en ese momento el simple hecho de acompañar al otro y permitirle que llegue al fondo es un gran indicador de madurez del profesional. Hay en todos nosotros un proceso innato de sanación que se produce en ese estado.

Es en ese momento donde comenzamos a decidir el iniciar los cambios para nuestra vida, si ya hay cosas que no encajan y por más que nos hemos esforzado por incluirlas y adaptarlas vemos que no hay forma, que es nuestra tozudez la que lo está complicando todo. Y es desde esa aceptación desde donde comenzamos a cambiar.