Desde que nos conocimos no paró de hablar; yo intenté no ser brusco y escucharla, pero pronto me di cuenta de que no había ni la menor posibilidad de ser escuchado y meter, al menos, una frase. Me contó todo, su vida y deseos, tipos y cultivos de las rosas, hasta su peso y altura, grupo sanguíneo y horóscopo,…todo. Terminé saturado y sacudido, como cuando una ola de la playa de La Tejita te atrapa e intentas zafarte pero te tiene cogido con sus tentáculos invisibles y te golpea incesantemente hasta que te dejas arrastrar.
Y fue entonces cuando cometí el gran error: voy y le pregunto cómo estaba. Según salían las últimas palabras de la frase que no pude contener, me di cuenta de que una ola mayor venía… y que había sido yo solito quien la había originado. Así que tragué saliva y me dispuse a acomodarme en la silla, pues el temita iba para largo. Recordé unas palabras de mi hermano Mauri, que me aconsejaba que, cuando la persona hiciese una pausa para respirar, aprovechando la coyuntura, cerrase yo la conversación con el socorrido: “¡Ay, muchacha, que llego tarde!!”, pero fue entonces cuando me percaté de que estas personas no respiran, simplemente no lo necesitan. Una frase sigue a la siguiente, sin comas ni puntos.
Desde entonces soy un apasionado de los puntos y aparte.
Es muy probable que esta llamada de atención, esta acaparación, pase inadvertida para la persona en cuestión, pero para el que la sufre genera unas llagas que no se olvidan. Creemos importante el aprender a gestionar los tiempos, tanto los de habla como los de escucha y, además, debemos ser receptivos a las señales que emite el otro, para poder darnos cuenta cuando nuestra charla aburre o agota.
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