Artículo publicado en el Diario de Avisos
Existe en todos una capacidad para adaptarnos y superar determinados episodios traumáticos que se dan a lo largo de la vida: tal y como existen diferencias en las velocidades entre los corredores, cada uno de nosotros contamos con aptitudes y actitudes para la superación de estos periodos. Ahora bien, al igual que el mismo corredor tiene diferentes marcas en velocidad en diferentes momentos de su vida, también nuestra capacidad de recuperarnos ante las adversidades es cambiante.
Estos momentos difíciles suelen estar marcados porque exigen en nosotros conectar y activar recursos propios que hasta ahora desconocíamos, de esta manera nos desarrollamos y vamos mucho más allá de lo que creíamos que eran nuestros límites.
Aunque depende de varios factores, una determinada desgracia hace que algunas personas se sientan superadas por ella y frenan sus vidas por completo, algo que en un primer momento es normal, pero que, con el paso del tiempo, debería dejar paso a una superación….pero otras que no lo permiten, la continúan, incluso salen de esa situación aún más reforzadas. Recordemos aquel refrán que dice: “aquello que no te mata, te hace más fuerte”. Supone que ante estos traumas no nos sintamos indefensos, que no sintamos que hagamos lo hagamos nada hará que cambie la situación adversa, salirnos de la pasiva resignación y comenzar a dar respuestas alternativas.
Existen diversos factores que se han visto claramente relacionados y en los que se apuntala la resiliencia: la autoestima, independencia, capacidad de relacionarse, sentido del humor, creatividad, iniciativa. De esta manera, si reforzamos en nuestros hijos, desde pequeños estas capacidades, les estaremos dotando de las herramientas necesarias para hacer frente a posibles adversidades o traumas futuros, les estaremos dando la pértiga para enfrentar y superar los obstáculos de la vida. En este sentido, el Dr. Boris Cyrulnik, psiquiatra, señala que para trabajar este concepto, hemos de tener en cuenta entre otros aspectos la adquisición de recursos internos que vayan templando nuestro temperamento (de ahí la importancia y peligrosidad de convertirnos en padres sobreprotectores de nuestros hijos, porque los estaremos dejando sin recursos necesarios para afrontar los tropiezos de la vida). Finalmente este mismo autor nos indica “no hay herida que no sea recuperable,…, La parte de la persona que ha recibido el golpe sufre y produce necrosis, mientras que otra parte mejor protegida, aún sana pero más secreta, reúne, con la energía de la desesperación, todo lo que puede seguir dando un poco de felicidad y sentido a la vida».
Incluso de los momentos más terribles y dolorosos de nuestra vida podemos sacar alguna perla, algo positivo de todo aquello.
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